Pasar unas vacaciones en la cosa azul francesa es uno de esos viajes que uno siempre va dejando para más adelante por los problemas logísticos que supone: que si está muy lejos, que si será carísimo, que vaya lío con el idioma... hasta que un año te dices a tí mismo que ya está, que hasta aquí hemos llegado y que de este verano no pasa. Y te llevas la grata sorpresa de que es mucho más fácil de lo que parece. Los kilómetros a recorrer, por ejemplo, son muchos menos de los que la lógica parece indicar: desde Barcelona, no llegan a 700. Es decir, menos que para ir a Almería o Asturias, por ejemplo, y no digamos ya si los comparamos con los 1.000 hasta Sevilla o hasta los 1.250 hasta Cádiz (y que, una vez, y no más Santo Tomás, hice de una tirada).
Tampoco los precios son tan terribles. Cierto es que la gasolina supera en unos 30 céntimos el litro a los precios españoles, con lo que es fácil encontrarla en autopistas a 1,70 ó 1,80 (aunque existen low cost por 1,50 aproximadamente) y que por un hotel te pueden pedir 3, 4 ó 5 mil euros por una semana, pero hay apartamentos con precios al nivel de la costa Brava. Tampoco los restaurantes y supermercados están muy allá del coste en Cataluña, por lo que es posible pasar una semana de lo más completa envueltos en todo el lujo y glamour que la riviera francesa te puede proporcionar aunque tú vayas vestido del Primark. Y otro punto a su favor es que las distancias se hacen cortas y pasan rápidas las horas, pues entre Cannes y Mónaco no hay más que 55 kilómetros, con lo que tampoco te dejarás una pasta en llenar varias veces el depósito de gasolina.
Si nunca habéis conducido por Francia, lo primero que hay que decir es que tienen unas autopistas por las que da gusto circular e, incluso, pagar. Cada 2 kilómetros encuentras un hueco para parar en caso de emergencia (con teléfono), cada 10, un área de descanso, pero de los de verdad, con aseos limpios, mesas de pic-nic con sombra y juegos para niños y, cada 20, un area de servicio, pero en el sentido amplio de la palabra. Vamos, que tienen 3 ó 4 restaurantes distintos -de los más selectos a las hamburgueserías más de batalla-, un supermercado, más zonas de recreo y hasta tumbonas para la siesta, surtidores de gasolina, diesel, gas y electricidad... casi como para quedarse a vivir, vaya. Lo único que hay que tener en cuenta es que no sirven alcohol, ni tan siquiera cervezas, lo cual, bien pensado, tiene su lógica, aunque en este caso fuera para mi acompañante y no para mí.
Lo primero que uno nota al llegar a la costa azul es que parece que regalan los Ferraris. Los dos primeros días la cabeza te da más vueltas que a la niña del exorcista, pero a partir del cuarto ya ni les echas cuentas, de lo común que es verlos pasar zumbando. Lo segundo que adviertes es que los coches británicos y los italianos son los que cortan el bacalao. Rolls-Royce, Aston Martin y Bentley -sobretodo, Bentayga- entre los primeros y Lamborghini, Ferrari y Maserati entre los segundos; también abundan los Mini y los Abarth, imagino que para moverse a gusto y aún con estilo entre las alocadas calles del principado. Sorprende la ausencia de las premium alemanas y de las japonesas, pero imagino que aquí no les han perdonado que se lanzaran a las categorías del mercado más "populares". La única excepción es Porsche, que aún conserva su elitismo, como éste que me encontré aparcado delante de una tienda en Mónaco, pero claro, es un GT3 RS, más para circuitos que para la vida real.
Además, te encuentras deportivos exclusivos y de ultra-lujo en cualquier parte. Por ejemplo, yo estaba alojado en Mandelieu-la-Napoule, un municipio sin más gracia que la de ser limítrofe con Cannes. Pues bien, el primer día, sin ir más lejos, tal y como salí del apartamento, en el primer semáforo se me paró delante un Mclaren. Y así toda la semana!
Como decía, me alojaba cerca de Cannes. Esta ciudad tiene un tamaño medio y resulta un perfecto escaparate para salir a pasear y lucir palmito y modelitos, pues tiene un paseo junto al mar donde se levantan los hoteles más lujosos que uno se pueda imaginar y las tiendas de moda más prohibitivas.
Lo de los hoteles tiene guasa, pues la entrada suele estar un poco alejada del paseo y permite llegar hasta el portero con el coche, pero eso no evita que a todas horas haya varios reporteros apostados como francotiradores para ver si cazan a algún famoso. Por la noche, el paseo se convierte en un desfile de modelazos tanto en la calzada como en la acera, pues si entiendes algo de moda enseguida adviertes que según qué complementos han costado más que el automóvil que te ha traído desde casa...
Pero Cannes es conocida por su festival de cine, así que es obligatorio acercarse al Auditorio donde se entregan los premios y darse una vuelta mirando las huellas de las manos de actores, actrices y directores que lo rodean. Igual de recomendable es subir la colina sobre la que se asienta el casco antiguo y echar un primer vistazo panorámico a la costa azul.
La siguiente parada obligatoria es Niza, pero, al contrario que Cannes, tiene un tamaño considerable.
Aquí hay mucha ciudad para ver y caminar, pero al haber muchas zonas exclusivamente peatonales, desaparecen los Ferraris 😒. Hay muchos edificios de aire italiano y chocolaterías deliciosas y puedes subir a una montañita que te obsequiará con una gran vista de la costa a ambos lados de Niza. También hay un paseo junto al mar con hoteles de puro lujo, pero su tamaño es gigantesco, con lo que pierde algo de gracia respecto a Cannes.
Desde aquí parten las tres carreteras costeras que llevan hasta Mónaco (Corniche baja, media y alta) y en sí son un espectáculo digno de vivirse. Lo curioso es que sólo son 20 kilómetros que no requieren más de media hora de conducción, pero se encuentran situados en la parte final de los Alpes y los acantilados que la conforman son vertiginosos.
Las tres carreteras están profusamente conectadas entre ellas, por lo que es fácil saltar de un nivel a otro según nos apetezca tener una perspectiva u otra, pero lo realmente importante es que, al final, encontraremos la ciudad-estado de Mónaco.
Caos es la palabra que mejor la define, por lo menos en días laborables, pues me acerqué también un domingo y todo estaba mucho más relajado. Su ubicación es el principal problema que la hace intransitable en coche, aunque suene a paradoja. Sí, todos hemos visto cómo corren los F1 por la zona del puerto con el fondo del skyline de los rascacielos amontonados en la ladera de la montaña, pero por la tele no te puedes hacer una idea de lo que eso supone.
Como había que aprovechar el mínimo espacio disponible, se ha edificado en plena ladera, y, como decía, aquí los Alpes van a morir al mar, con lo que el desnivel a salvar es tremendo: si bajas desde la Turbie el descenso en coche pone los pelos de punta!. Todo son calles empinadas y cortísimas y casi sin semáforos, con lo que orientarse es casi imposible, pues te ves rodeado de rascacielos que casi se tocan entre sí. Lo más parecido que recuerdo es Gibraltar, donde también parece que los edificios hayan caído del cielo de cualquier manera y apáñate para circular entre ellos, pero allí al menos son casitas de poca altura. Otra característica que te vuelve tarumba son los túneles, pues los hay por todas partes y a varias alturas; por ejemplo, me metí en el parking de la estación de tren y fui bajando por el interior hasta la planta -13, lo cual me llevó al lado de la iglesia de Santa Devota (sí, la de la curva del circuito).
Si te decides a bajar del coche y caminar un poco, la sorpresa te la encuentras al subir a La Roca, donde se sitúa el palacio de los príncipes y un pequeño entramado de sencillas casitas bajas con unas pocas calles. Es posible visitar el palacio con su colección de coches y también hay un museo oceanográfico -en los dos, previo pago-, pero lo más desconcertante es que es una zona totalmente opuesta al resto de la ciudad, tan recogida y tranquila.
El otro punto de obligada visita es el casino, que es de libre acceso y gratuito.
Te lo piensas dos veces cuando ves a los guardas de la puerta, pero si entras con decisión y sueltas un educado "Bon jour" no hay problema aunque vayas vestido con chanclas y bermudas. Incluso pueden entrar niños, pues el casino propiamente dicho está al fondo y parte del edificio es accesible y visitable pese a lo que pueda parecer a priori; también hay un bar, con cocktails de nombres con reminiscencias de peli de James Bond que tampoco echa para atrás por el sablazo. Otra de las atracciones del Casino es el pequeño parking que hay justo en la puerta, donde los VIP's aparcan sus preciadas monturas y donde puedes encontrarte coches que difícilmente habrás visto más allá de las revistas tipo CAR&DRIVER. En mi caso, la gloria se la repartieron entre un Lambo Urus y un Ferrari F-40.
Porque, claro, si hasta el que te saca a pasear al perro tiene un deportivo de Maranello, que puedes hacer para destacar? Pues echar mano de los clásicos, como este rarísimo Ford GTX-1 que rondaba por allí y que puede duplicar el precio de cualquier Ferrari... si estuviera a la venta, claro, porque hay tan pocos que no se sabe a ciencia cierta su valor.
Pero para nosotros, los mitómanos de las 4 ruedas, la última atracción es poder hacer libremente el recorrido por donde se celebra el GP. Ahí es nada. Aunque no puedes superar los 50 km/h, vas reconociendo cada una de las curvas, rectas y rincones que todos identificamos con facilidad.
La recta de tribunas, la subida y bajada del Monte Carlo -mucho más acusadas de lo que parecen por TV-, la curva Loews, el túnel, que en realidad es un hotel bajo el que pasa la calzada... emociona saber que estás rodando en Mónaco!. Además, no se molestan en eliminar la decoración de la carrera, así que en muchas curvas hay pianos en vez de bordillos y en la recta de tribunas las marcas blancas que indican los puestos de salida están pintados en el suelo.
Para acabar de adobarlo, el desfile de deportivos que también disfrutan del recorrido es inacabable con lo que se convierte en el "tio-vivo" más caro del mundo.
De verdad, te pasarías el día entero dando vueltas como un tonto con tu utilitario, así que entiendes que los dueños de estas exquisitas monturas salgan a gastar gasolina viendo y dejándose ver. Pero al final, con más pena en el corazón que otra cosa, no tienes más remedio que seguir tu viaje y dejar atrás esta joya del Mediterráneo. Y un buen punto final para esta ruta es la villa costera de Mentón.
El interés que presenta es su situación: por un lado, está situada en un circo (no uno de payasos y malabaristas, claro, sino delante de una muralla de montañas increíblemente altas) y, por otro, resulta que es el último municipio antes de llegar a Italia, con lo que puedes cruzar la frontera por la gracia de hacerte la foto al otro lado y así decir que has visitado tres países durante tus vacaciones...
Bromas aparte, es un buen remate para un tour por la zona y un buen punto de partida para recorrer la corniche baja de vuelta a Cannes, pues toda la carretera está salpicada de rincones fotografiables donde apetece parar a respirar el aire del mar.
Y poco más puedo recomendar por la zona. Hacia el interior está Grass, una ciudad medieval que huele a flores donde transcurría la novela "El perfume" y, junto a Niza, encontramos Saint-Jean-Cap-Ferrat, un trozo de tierra que se interna en el mar dónde sólo los más ricos de entre los ricos pueden permitirse tener una vivienda. Yo sugiero visitar también el paseo que une Cannes con Mandelieu, en el que es fácil aparcar para darse un baño en la playa y cenar algo ligero en alguno de los chiringuitos mientras esperas relajadamente a que caiga la noche y los edificios se iluminen con los colores de la bandera francesa.
En breve, más sensaciones al volante! toca empezar a desgranar las novedades del Automobile Barcelona 2019 y empezaremos por un coche cargado de ingeniosas soluciones.
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