miércoles, 25 de mayo de 2016

La insoportable levedad del Mini (Clubman)





Coches míticos en la historia de la automoción hay muchos: desde el primigenio Ford-T hasta el sobrevalorado Golf, pasando por el icónico Porsche 911 y el tecnológico Citroën DS, pero, personalmente, me quedo con el humilde Mini. Este pequeño coche popularizó una arquitectura que, 55 años después de su lanzamiento, aún no ha podido ser superada y está presente en el 90% de los coches europeos y asiáticos (los americanos ya se sabe que en materia de automóviles van a la suya); parece una tontería, pero la suma de tracción delantera con motor delantero transversal (a lo ancho y no a lo largo),+ habitáculo + zaga vertical con maletero integrado permitió el máximo aprovechamiento en el mínimo espacio, reducir costes al eliminar el túnel de transmisión y aumentar la seguridad en la conducción -es más intuitivo recuperar el dominio del coche en caso de pérdidas de control y la conducción es más fácil en general-.

No olvidemos que el Mini se lanzó con la idea de obtener un producto sencillo y económico, lo cual redundó en un coche ligero y ágil, con las ruedas en las esquinas y de bajo centro de gravedad. El efecto colateral fue una pequeña bala, una hormiga atómica que fue capaz de ganar varios Rallyes incluyendo el mítico Montecarlo frente a competidores más grandes, potentes y, sobretodo, pesados...un adelantado a su tiempo, ahora que el control de pesos está entre las prioridades de cualquier nuevo modelo.

Así, cuando en el 2000 BMW, propietaria de la marca, se propuso hacer un remake, se centró en la deportividad como corresponde a cualquier producto de la marca bávara; de hecho, se hablaba de él como el BMW de tracción delantera. Se perdió por el camino el aspecto práctico, pues el espacio para las piernas detrás era casi inexistente y el maletero, si no me falla la memoria, rondaba los 150 litros, pasando a ser un deportivo biplaza premium. Además, creció de los 3 metros justos a algo más de 3,60 m., algo inevitable hoy día por los estándares de seguridad y confort. Siguiendo la tónica imperante, en cada una de sus 2 nuevas generaciones ha crecido y, hoy ya llega a los 385 cm. de largo, por los casi 4 metros de la nueva versión de 5 puertas. La última variante en aparecer ha sido este Clubman, el más grande hasta la fecha, pues llega a los 4,25 m. -el Countryman se queda en 4,10-, cruzando la barrera de los utilitarios y metiéndose de lleno, por tamaño, en la lucha con los dueños del mercado europeo: los compactos tipo Seat León, Ford Focus...etc.




Podría decirse, pues, que este Clubman es la versión familiar -perdón, StationWagon como se dice ahora- del Mini 5 puertas, aunque tan bien diseñada que es difícil advertir la diferencia visto lateralmente, pese a que las puertas traseras son más grandes. Donde el cambio es notorio es en la trasera, pues cambia el portón por 2 puertas más que se abren lateralmente al estilo del original de los 60.





Dichas puertas se abren por separado -siempre primero la derecha- y de forma automática: basta tocar el botón del tirador y ella solita inicia la apertura. Es posible, incluso, abrirlo sin manos pasando el pie por debajo del parachoques trasero. Eso sí, ser un icono del diseño comporta unas servidumbres -pocas- y el tamaño del maletero es una de ellas: unos 360 litros cuando los compactos de ese tamaño rondan los 400; no es dramática la diferencia, pero sí la distribución, pues se articula en 2 espacios separados por una bandeja rígida en la base, dejando unos 300 arriba y 60 abajo. Donde sí que se aprecian con claridad los centímetros extra es en los asientos traseros, pues es posible acomodar correctamente las piernas detrás de los asientos delanteros en vez de acabar con las rodillas a la altura de las orejas.

Para esta prueba, estaban disponibles las 3 motorizaciones actuales del Clubman: 1.5 3 cilindros gasolina turbo de 136 c.v. y cambio manual, 2.0 diesel 4 cilindros de 150 c.v. -ambos en acabado Cooper- y 2.0 4 cilindros gasolina turbo de 192 c.v. y cambio automático en acabado Cooper S. Como el gasóleo no es lo mío y aún no había probado un Mini en versión manual, me decanto por el menos potente; además, tengo ganas de experimentar un 3 cilindros, exponente de la actual moda down-sizing para rebajar consumos y emisiones.

Antes de subir a mi Mini, no puedo evitar fijarme en la paleta de colores de los modelos que lo rodean y pensar en la imaginación que le ponen los encargados de elegir el nombre a las distintas tonalidades de carrocería e interiores. Así, mi granate es el exótico Pure Burgundy, y se encuentra aparcado entre un histórico British Racing Green (Verde) y un poético Moonwak Grey (gris), aunque en el catálogo puedes encontrar un sabroso Pepper White (blanco) o un sonoro Volcanic Orange (naranja)... lo dicho, creatividad pura.

En un rápido vistazo al interior, adviertes enseguida que la forma dominante es la circular/ovalada, con la gran esfera central al estilo de su insigne abuelo.




En los tiradores de las puertas, frente al conductor, en los faros, en la tapa del depósito de combustible... incluso en la moldura de los pedales -el del acelerador, por cierto, de muy buen tamaño y anclado al suelo, como debe ser-. También se nota al instante que este Mini es cada vez más BMW: el tacto de los materiales y los recubrimientos "huelen" a la casa alemana, pero manteniendo el característico estilo inglés; una combinación excelente, con detalles de diseño como los mandos verticales cromados -el rojo central es el de Start/Stop- o la Union Jack en la base del pequeño y agradable volante de piel.

La esfera central merece un comentario más extenso, pues se convierte en el auténtico medio de comunicación entre el hombre y la máquina. La radio, el navegador, la cámara de marcha atrás, los sensores laterales... cada actuación sobre el coche tiene su reflejo en esta pantalla, grande y bien situada, aunque no sea táctil y su funcionamiento sea a través de un joystick y menús. Como agradable nota de diseño, el borde va cambiando de colores de forma aleatoria.



Pero si antes hablaba de las servidumbre del diseño, una vez te aposentas en los magníficos asientos -cómodos y amplios, y que recogen el cuerpo a la perfección-, en cuanto empiezas a mirar a tu alrededor te das cuenta que la visibilidad no es su mejor arma. El diseño actual de los parabrisas tiende a ser cada vez más inclinado, con la base muy alejada y la parte superior por encima de la cabeza, describiendo el techo una forma abovedada que favorece la habitabilidad; en el Mini es justo al revés, con el cristal muy vertical y el techo plano, con lo que da la sensación de estar viendo la carretera a través de la obertura de un yelmo o desde dentro de un búnker... si a eso le sumamos que el retrovisor interior, aunque pequeño, queda a un tercio de altura, no es raro que alguna vez tengamos que mover la cabeza para ver bien a un coche que esté ligeramente desplazado a nuestra derecha.


Y realmente se podría prescindir de él. Me explico: la forma partida de las puertas de acceso al maletero hacen que la superficie acristalada trasera sea mínima, lo cual dificulta enormemente ver con claridad por el pequeño espacio que dejan los gruesos montantes. Por suerte, se compensa con los enormes -y ovalados- espejos retrovisores, y gracias a la ayuda de los sensores laterales.


Un último aspecto destacable de este diseño es que hace que el interior sea poco luminoso, y eso que esta unidad estaba equipada con doble techo solar, con la parte sobre los asientos delanteros practicable.

Una vez en marcha, el tacto de todos los mandos es, simplemente, soberbio. La palanca de cambios, de tacto firme y seguro, combina a la perfección con los precisos y fácilmente dosificables pedales, mientras afinas la dirección con ligeros movimientos del volante. Este Mini king-size no ha pérdido un ápice del go-kart-feeling del que la marca gusta hacer gala; es un placer entrar en una rotonda, rodearla y salir con apenas un par de rápidos gestos, y siempre estás deseando que aparezcan carriles sinuosos para actuar sobre la dirección. Hace que cualquier recorrido por ciudad se convierta en un Grand Prix urbano por la diversión que proporciona... lo que debe ser en una buena carretera de montaña!.

El motor, por su parte, me ha parecido curioso por las sensaciones que transmite, tan distinto de los motores de gasolina clásicos. Al ser tricilíndrico, cuenta con sistemas que mitigan las vibraciones y arritmias que genera un motor con un número impar de cilindros, pero éstas no desaparecen, simplemente cambian de registro. Así, al ralentí, se intuye una especie de lejano zumbido, una vibración sorda que no incomoda en absoluto -no es el traqueteo de un diesel-; es, simplemente, distinta a la habitual. Al acelerar, por su lado, se acrecienta la sensación de motor eléctrico que comparten la mayoría de coches actuales, al tener cada vez más parte "eléctrica" y menos "mecánica". Y cómo responde el motor? pues... depende. Depende del programa de conducción que lleves seleccionado y que se puede elegir desde un conmutador -circular- en la base de la palanca de cambios.


Situándolo en modo Green, el coche pasa a economizar el máximo de combustible. De hecho, aparecerán símbolos verdes en el cuadro de mandos y el sistema te indicará cuando cambiar para ahorrar gasolina. En esta configuración, al motor le cuesta mucho subir de vueltas, parece que no corre, como si hubieras tirado el ancla por la borda y quisieras seguir avanzando. Seleccionando el modo intermedio, la cosa mejora: parece que has recogido el ancla pero llevas el coche cargado con 4 adultos y el maletero lleno. Al situarlo en modo Sport es cuando el motor está libre de ataduras y funciona a pleno rendimiento, subiendo de vueltas con alegría y con un sonido inspirador; se nota que se ha diseñado a partir de esta configuración y que las otras dos lo único que hacen es rebajar sus cualidades. Pero está bien poder elegir una u otra según tus gustos o según tu estado de ánimo del momento. Con este modo Sport activado, se agradece el sistema HUB que proyecta algunos datos -velocidad máxima permitida, velocidad propia, GPS- en una pequeña pantalla transparente a la altura de los ojos, pues permite controlar lo esencial sin tener que apartar los ojos de la carretera.


Y esto es todo. Me apenó profundamente tener que bajarme y devolver las llaves de un vehículo tan bien hecho y tan adictivo de conducir, pero la prueba había terminado. Agradecí a mi acompañante Chema sus explicaciones y su buena compañía y antes de iniciar el camino de vuelta a casa aproveché para pasarme por la carpa que Mini había instalado para tomar un trago de agua y relajarme en las hamacas que habían dispuesto a tal fin.



Allí sentado, empecé a darle vueltas a cómo encarar esta entrada y a qué título le podría poner... "la insoportable levedad del Mini"... en verdad no tiene ningún sentido, pero suena bien.

Como los nombres de los colores del catálogo.


martes, 10 de mayo de 2016

En Pandilla por la Toscana (I)






A decir verdad, este viaje lo hicimos solos mi mujer y yo celebrando nuestro 15 aniversario de boda y 25 que somos pareja, pero como recorrimos las carreteras de la Toscana en un Fiat Panda alquilado... pues eso... (evidentemente, después de haber disfrutado tanto con este pequeño urbano, no pude evitar la tentación de dedicarle una entrada a mi blog: http://theredstig.blogspot.com.es/2016/04/pequeno-gran-fiat.html)

Mi objetivo principal era visitar Pisa, pues aún lo tenía en el "debe" de mis cosas pendientes por hacer en esta vida. De Italia ya conocíamos Roma, Venecia y Florencia, pero yo aún no me había hecho la típica foto junto a la torre y eso no podía ser! y claro, ya que se está en la zona, qué menos que acercarse a Siena y su reconocible plaza... y si hacemos una nochecita en Florencia y recordamos aquel otro viaje?. Para acabar de liarlo, desde Barcelona sale más económico y se aprovechan mejor los días si vuelas hasta Bolonia; cierto es que está a 150 km. de distancia, pero son 150 km. de montañas y campos italianos en primavera... irresistible para cualquier amante de la conducción. En fin, que te vas liando y al final acabas recorriendo 600 km. en 3 días y visitando 5 ciudades y un museo.

Así, tras meses de preparativos, nos plantamos en el minúsculo aeropuerto Marconi un viernes a las 9 de la mañana. El día estaba cubierto, o más bien neblinoso, pero eso es como preocuparse del tiempo que hará en Lloret de Mar si has llegado al aeropuerto de Lleida, no?; craso error, pues al final estuvo más o menos cubierto y lluvioso 2 de los 3 días de viaje, pero contra la climatología no se puede luchar.

Nuestra primera parada fue en el mostrador de GoldCar, ilusionado con la posibilidad de que me tocara en suerte un 500. Pero la moneda cayó del otro lado y el coche asignado fue un humilde Panda: a decir verdad el 500 ya lo había conducido en un Salón del Automóvil, así que, a cambio, tengo otro coche para añadir a mi lista; ya se sabe, el que no se consuela, es porque no quiere!. En perfecto castellano, la empleada de la compañía de alquiler me comenta que, como es temporada baja, tengo derecho gratis a un navegador y lo acepto como quien no quiere la cosa...y menos mal, porque si no hubiera estado más perdido que Ulysses con resaca! me gusta conducir por carretera y evitar las autopistas y reconozco que me hubiera sido casi imposible atinar sin la ayuda del aparatito. Además, me proporcionó otro gran servicio, pues las carreteras italianas están plagadas de radares: puedes estar en el pueblo más perdido que se te ocurra -Salchicchia, por ejemplo- que es fácil encontrarte uno y ganarte una multa. Además, ésta se te cobrará sí o sí, pues las autoridades la envían a la compañía de alquiler y ésta, a su vez, te lo carga a tu tarjeta de crédito -más un recargo por su "gestión"-. Mucho ojito al velocímetro, pues, al conducir por estas tierras.

En pocos minutos tenemos las llaves en la mano y comenzamos a buscar el parking de coches de alquiler, cuando, al doblar una esquina nos encontramos con esta visión


Dos lambos de exposición, inmaculados y preciosos aparcados en el mismísimo aeropuerto... esto no se ve todos los días!. Tiene sentido, pues estamos en una tierra favorecida por los dioses de la gasolina: a pocos kilómetros tienes la sede de la marca del toro (Santa Agata Bolognese) y, un poco más allá, Modena y Maranello, de Ferrari. Al verlos, no puedo evitar recordar lo que sentí al volante de uno de estos en Montmeló: pensé que el animal de su emblema le venía como anillo al dedo, pues puedes conducirlo mansamente hasta que pisas a fondo el acelerador, momento en el que agacha la cabeza y sale disparado gracias a su tracción total con el motor bramando a tu espalda.

Nuestro objetivo en este primer día es la villa de Lucca, en el otro lado de la caña de la bota italiana. Evitando la autopista, el camino más fácil parece ser vía Maranello, encarando la SS12 a través de los Apeninos y visitar, de paso, Bagni Di Luca y su puente romano.



 Nada más salir del aeropuerto, me veo rodeado de Fiat's 500, Panda y Punto... primero pienso que es por la cercanía al aeropuerto y las casas de alquiler de coches, pero no; en esos 3 días comprobaré la devoción de los italianos por su marca y, especialmente, por el Panda, al que tienen bajo Palio. Voy contando los coches con los que me cruzo y la secuencia es la siguiente, más o menos: 500, Panda, Punto, Mégane... Panda, 500, Picasso, Punto... 500, Punto, Panda, Golf... es increible! de cada 4 coches 3 son Fiat!. El Panda es el rey de la carretera, y es fácil encontrarse con versiones 4x4 por doquier. No hay pueblo que no tenga un Panda aparcado delante de alguna casa, abundan los modelos de los 80 y es fácil cruzarse con algún cinquecento con casi 50 años.

Entro en Maranello, me pierdo pese al GPS y voy a dar, por pura casualidad, con el circuito de Fiorano... si es que tengo imán para estas cosas, no falla... intento no mirar los Ferraris de las casas de alquiler que pululan por todos lados y me concentro en encontrar la SS12.

Al final, el GPS se aclara y encaro el camino hacia Lucca. El tiempo sigue cubierto, medio lluvioso y frío. La carretera se hace cada vez más empinada y veo aparecer a mi izquierda un pico nevado mientras la temperatura va bajando de forma vertiginosa... ahora entiendo porqué en la casa de alquiler de coches me han recordado que llevo unas cadenas en el maletero! El camino sigue subiendo, paso por debajo de un telesilla y aparecen montoncitos de nieve a ambos lados de la carretera; dónde me he metido? No se suponía que La Toscana eran todo campos soleados? caigo en la cuenta de que todavía no he llegado a mi destino, y que estoy cruzando los Apeninos, como Marco. Lo que está claro es que, si alguno de tus acompañantes se Marea, no es buena Idea tomar esta ruta.

Afortunadamente, todo lo que sube, baja y poco después encaro la carretera que desciende hacia el valle. Desaparecen las curvas y encuentro el río que me llevará directamente a Bagni Di Lucca, primera parada del día.









Merece la pena parar a estirar las piernas, subir al puente y observar el paisaje. El rio es tan caudaloso que se podría hacer una Regata en él; encajonado entre montañas, el efecto es extrañamente silencioso y relajante.


A todo esto, es la hora de comer; aún no son las 2, pero en Europa se come antes y nos damos cuenta que más nos vale aprovechar ahora o nos quedaremos en ayunas: lo que nos faltaba, después del madrugón!. Por suerte, justo al pie del puente hay una pizzeria. Como todas las que me he encontrado por Italia, tienen un auténtico horno de leña y el precio es de lo más ajustado del mundo: por 15 euros en total, 2 pizzas y una botella de agua. Y encima, están estupendas de verdad.

La carretera discurre ahora con placidez por el fondo del valle, y, a buen Ritmo, llegamos en seguida a Lucca. Se trata de una ciudad medieval en la que es fácil encontrar la parte a visitar, pues te acabas dando de bruces con la muralla. Para evitar lios al volante, lo más fácil es aparcar fuera de la misma, en alguna zona de aparcamiento -de pago, eso sí-, y pasear tranquilamente intramuros. Al ser una ciudad aún poco turística, la hora no sale muy cara, 1 € aproximadamente, pero la pega es que las máquinas son muy antiguas y no aceptan tarjetas ni billetes, solo moneditas, así que se impone llevar una buena reserva de metálico o toca entrar a tomar un café en algún bar cercano y cambiar algún billete.


En Lucca se impone pasear tranquilamente por las calles y hacer fotos de todo aquello que nos llame la atención. Como indispensable, acercarse a la Piazza dell'anfiteatro, de forma circular al haberse construido aprovechando, como su nombre indica, el anfiteatro romano de la ciudad y del que no queda ningún vestigio, aparte de este curioso homenaje.


Por su tamaño, la visita a Lucca se solventa con un par de horas de paseo por sus callejas, por lo que se impone volver al coche y dirigirnos, por fin, a la ciudad de pisa y su ansiada torre inclinada.

Al llegar a Pisa veo que también tiene muralla, pero sólo es un lado, por lo que se puede rodear si lo que buscas es meterte en todo el meollo de la ciudad, aunque aquí el GPS me jugó la primera mala pasada del finde.

Resulta que nuestro hotel estaba en una zona peatonal y, concentrado en seguir las instrucciones del TomTom, no me dí cuenta de que me metía en la "zona prohibida": en esta parte de Italia, las ciudades suelen tener un área restringida sólo a los peatones y, lo que es peor, a los coches de los vecinos y los autorizados, pero no hay pilotes que delimiten físicamente la zona. Vas conduciendo por una calle rodeado de plazas de aparcamiento de pago y, de repente, ves que se puede aparcar libremente y que hay huecos vacíos por doquier. Esto es porque has entrado en esta zona sin darte cuenta, como me pasó a mí. Y aunque intentes salir lo antes posible, ya da igual, te has ganado la multa. Al retroceder me di cuenta de que está claramente explicado, pero en italiano, claro: hay un soportal con un sensor y un cartel al lado con la señal de circulación prohibida. En fin, que decido aparcar en la zona azul, casi a la vista de la hermosa torre inclinada -otra vez con las dichosas moneditas!- y preguntar en el hotel a ver si he metido mucho la pata.


Y allí me confirman que sí, que una vez has pasado, el sistema capta la matrícula y emite la multa. Afortunadamente, al estar en una zona peatonal, pueden expedirme un salvoconducto temporal, por lo que toman nota de la matrícula de mi Panda y de la hora para quitarme la multa. Salvado por los pelos!.

Pero todas estas preocupaciones pasan a segundo plano cuando te acercas a la Piazza del Duomo y ves de cerca la famosa torre. La sensación es espectacular: crees que ya la has visto 1.000 veces, pero hasta que no te plantas delante no adviertes lo inclinada que está y lo especial que es; es como la Torre Eiffel, de la que has visto centenares de fotos, pero hasta que no pasas por debajo no notas lo increíble que puede llegar a ser. Y no es solo la torre, pues la catedral y el baptisterio forman un conjunto digno de verse: parece un decorado. Encima llegamos a última hora, cuando caía el sol, y la explanada tenía un color irreal, como filmado delante de una pantalla Croma.


Eso sí, tienes que hacer las fotos esquivando a los turistas que parecen hacer Tai-chi mientras encuentran la mejor pose "aguantando" la torre. Como un servidor, claro, aunque con un poco más de estilo.


Y para redondear el día, cenamos en una terraza a la vista de la torre. Quiero estar tanto tiempo como me sea posible a la vista de esta joya y no me canso de hacerle fotos, aunque mañana a primera hora volveremos, pues tenemos reserva para subir y seguir haciendo fotos.


Easter Egg: a lo largo del texto he escondido el nombre de siete modelos de Fiat... puedes encontrarlos? pista: son palabras escritas en mayúscula aunque no estén al inicio de una frase...