lunes, 18 de julio de 2016

El hermoso monstruo de Frankestein: prueba Kart Cross





Como bien digo en la entradilla de mi blog, no pierdo oportunidad de conducir cualquier cosa que, a ser posible, tenga 4 ruedas y un volante, aunque en esta vida todo es negociable y nunca se puede decir de este agua no beberé. Así pues, cuando me enteré de la existencia de estos vehículos, los Kart Cross, y de la posibilidad de probarlo, no dudé en aprovechar una oferta de los chicos de Different Cars para darme una vuelta en uno de ellos.

Y qué es un Kart Cross? pues al igual que el bondadoso monstruo creado por Mary Shelley, este vehículo está hecho a partir de los retazos de otros artefactos, tomando lo mejor de cada casa para dar a luz a un juguete construido con un único fin: que no tengas forma de ir recto!. Suena ilógico, pero como bien dijo Jeremy Clarkson, por alguna extraña razón nos gusta ir de lado y deslizar con el coche al límite del trompo; no deja de ser un reto, un juego para ver hasta dónde eres capaz de llegar a base de acelerador y contravolante sin acabar deshonrosamente parado y mirando hacia el camino por el que acabas de llegar...

Parece una tontería, pero yo también soy feliz deslizándome de lado sobre 4 ruedas. En un mundo paralelo, me hubiera gustado ser piloto de rallys, sobretodo de tierra y nieve, siempre a la búsqueda de la mínima adherencia. Pero como me parece que ya voy tarde, vamos a ver qué nos ofrece esta modalidad.



Como bien puede verse en las fotos es, en esencia, un monoplaza todoterreno de reducidas dimensiones.




 Poco más que una ligera estructura donde poder colocar al piloto, cuatro mandos básicos, una ligera cubierta que hace las veces de carrocería, unas suspensiones de buen recorrido con generosos neumáticos y el motor en la parte trasera.


Y qué motor! mientras que los buggys para hacer excursiones montan motores de 250 cc. tipo scooter, estos bichos cubican 600 cc de 120 c.v., de moto tipo "pepino" para que nos entendamos. Si le sumamos que pesan la ridiculez de 300 kg, es fácil entender que puedan pasar de 0-100 km/h. en 3 segundos...más rápido que un Ferrari F360 y al nivel de un Lambo Aventador, ni más ni menos!. Su velocidad máxima puede llegar a 150 km/h, a todas luces exagerado para un cochecito de estas características; además, al ir sentado tan cerca del suelo, la sensación de velocidad se multiplica y 30 por hora parecen 300.

Pero lo que realmente define el carácter de estos pequeños engendros es el eje trasero, sacado de los quads, con lo que no montan diferencial si no un eje rígido. Aquí entramos ya en temas de mecánica de los que tengo que reconocer que no estoy muy ducho. La idea es que, al girar, las ruedas exteriores de cualquier vehículo recorren más distancia que las interiores y esto supone un problema de seguridad, pues las ruedas de fuera "empujan" más que las de dentro al recorrer más distancia, lo que provocaría, a la mínima que los coches invadieran el carril contrario en los de tracción delantera o hicieran un trompo en los de trasera. Para compensar esta diferencia de velocidades, una pieza entre ambas ruedas lo compensa: el diferencial.Tomemos el ejemplo de una pista de atletismo: puesto que el atleta de fuera recorre más distancia que el del interior, se compensa haciendo una salida escalonada para que todos corran en igualdad de condiciones; éste sería el trabajo del diferencial trasladado al mundo mecánico.

Así que me planté un domingo por la mañana prontito, a primera hora, al lado mismo del circuito de Montmeló en una amplia explanada de tierra. Como siempre, me gusta llegar con tiempo para ver cómo mis anfitriones montan todo el tinglado, descargan los camiones y preparan las máquinas, reconocer un poco el circuito con tranquilidad... en esta ocasión, la pista es un camino de tierra de forma concéntrica con un par de pequeñas rectas en la parte inferior para entrar/salir del recorrido. Vamos, dos ensaimadas gigantes entrelazadas para dar lugar a unos curvones inmensos y muy anchos donde poder ilusionarnos un rato creyendo que somos grandes pilotos de WRC. Para más diversión, antes de empezar se riega a conciencia la zona para que se cree barro y sea aún más divertido... al fin y al cabo, a eso hemos venido: a pasar un buen rato!



Al poco rato llegan más clientes y los 3 primeros estamos identificados y listos para salir a danzar con el volante. Por seguridad, primero nos dan un briefing en el que nos comentan las características técnicas de los coches y nos recomiendan que no abusemos de la velocidad en la recta, pues los frenos no son su punto fuerte y pueden fatigarse con rapidez. De hecho, nos explican que puede conducirse casi exclusivamente a base de acelerador, pues al soltarlo las enormes ruedas te frenan con rapidez; de igual manera, nos recuerdan que la potencia trasera y la distribución de pesos hacen que en cada curva, al acelerar, el eje trasero intente adelantarnos, pero se puede compensar a base de contravolante -difícil, pero ideal- o soltando el acelerador, con lo que volveremos de forma automática a la trayectoria correcta. Por último, nos recuerdan que esta experiencia es un primer contacto, no una carrera en serio, y nos recomiendan prudencia.

Y nos dirigimos a los coches. Empiezo a notar que se me pone la piel de gallina y me entran sudores pese al aire frio de la mañana; me asalta esa extraña mezcla entre nerviosismo, excitación y miedo ante lo que se avecina y que es, en el fondo, lo que me hace estar aquí. No puedo evitarlo: en estos momentos es cuando me entran mil dudas y dos mil temores, y así seguiré hasta que empiece a rodar y tenga una idea clara de en dónde me he metido.

Casco, guantes de ciclismo y al habitáculo!. Al estilo de un F-1, el volante debe sacarse antes para poder entrar, porque el sitio está muy limitado.



Pedales totalmente verticales -al estilo de mi viejo Alfa 33!-, redes metálicas en vez de cristales -se harían añicos a los cinco minutos ante la lluvia de grava- y, sobretodo, un muy buen bacquet de competición, duro como una piedra y con varios puntos de anclaje, imprescindible para aguantar bien las sacudidas con que te va a obsequiar el Kart Cross.



Una vez dentro, estás extrañamente cómodo. Digo extrañamente porque cuando que te han ajustado los cinturones apenas si puedes parpadear; tienes el tronco inmóvil, como si te hubieras echado a la espalda la mochila más pesada y grande del mundo, pero tienes las manos y los pies libres, lo importante. Al ser un vehículo tan pequeño, tienes todos los mandos a mano; bueno, los 4 que hay, porque equipa lo mínimo imprescindible para manejarlo.


Botón de start/stop, velocímetro, cuentarevoluciones tarado a 11.000 rpm, palanca de cambios... y para de contar! he visto atracciones de feria con más indicadores, aunque fueran de pega.

Pero lo realmente revelador de ponerte a los mandos de un cacharro de este tipo es darte cuenta de lo entre algodones que vivimos los conductores de automóviles, digamos, "comerciales". Aquí no hay servos de ningún tipo: son tus brazos contra el peso de la dirección y tus piernas contra la resistencia de los frenos y a ver quien puede más. Por debajo de la palanca de cambios asoman los cables que hacen cambiar las marchas y cada vez que pones la mano encima notas en la palma cómo los engranajes trabajan y se mueven. El motor está directamente a tu espalda, en plan Comando, sin encapsulamientos que lo silencien, aullando y rugiendo como un poseso cada vez que pisas el acelerador... en definitiva, un cúmulo de sensaciones 100% puras, como meterse en la boca una onza de chocolate virgen.

Mientras le doy vueltas a todo esto y más, me indican que es mi turno. En un último repaso me indican cómo poner el motor en marcha si se cala y me preguntan si sé ir en moto, por el tema del cambio de marchas... mal empezamos, pues no tengo ni idea!. Fácil, me explican: la primera para adelante y el resto hacia atrás, como en un mando secuencial de coche.

Pongo el motor en marcha y las vibraciones de éste se adueñan del asiento, de los tubos de la estructura, de los pedales, del volante... pese al casco, lo escucho claramente detrás de mi cabeza. Piso el embrague, corto de recorrido y duro, empujo la palanca con decisión -un sonoro clank! me indica que ha entrado- y salgo con precaución de la carpa para dirigirme a la entrada del circuito.


Pongo segunda y acelero con suavidad. No puedo evitar una sonrisa malévola cuando veo que a mis dos compañeros en esta tanda se les ha calado a las primeras de cambio, pero se me borra rápido de la cara cuando caigo en la cuenta de que debo pararme para que me den la salida y no sé poner punto muerto... freno y toco una vez la palanca hacia delante, con la esperanza de haber acertado. Suelto el embrague y... se cala!. El instructor se acerca rápido y le comento el tema de mi desconocimiento sobre el funcionamiento de las marchas de una moto. Su respuesta es lógica: al darle una vez hacia adelante, he puesto primera y debía tirar otra vez hacia mí para volver a punto muerto.

Vuelta, pues a la rutina de encendido. El instructor se cerciora de que no viene nadie y me da la salida. Ahora sí, piso con más decisión y encaro el primer tramo, corto, revirado y más estrecho de lo que me gustaría. Cambio a tercera y enseguida me doy cuenta de que es mejor ir con tiento con el acelerador, pues el motor de Kawasaki es muy puntiagudo: sube de revoluciones con rapidez y eso hace que el coche salga dando bandazos a derecha e izquierda con facilidad. Ante mí aparece una recta en bajada y me arriesgo a acelerar con ganas: al ruido del motor se suma el del viento y el de las ruedas aplastando la tierra; recordando el aviso que me han dado, suelto el acelerador en cuanto diviso la siguiente curva y bajo con rapidez de velocidad. Además, no conozco el circuito y no me quiero arriesgar a acabar panza arriba en medio del recorrido... completo la primera vuelta con precaución, advirtiendo que las curvas son amplias y anchas, aunque la última es tan cerrada que es más fácil gestionarla a base de un golpe de gas que girando el volante para trazarla -éste gira tan poco que, literalmente, no da-.



Encaro la segunda vuelta con la seguridad que da pisar terreno conocido y me voy sintiendo cómodo al volante. Advierto que no vale la pena subir más allá de la segunda marcha, pues no hay tanta recta en ningún momento; además, el carácter histérico del motor hace que lo más fácil sea conducir a golpe de gas, acelerando y corrigiendo, casi sin tocar el freno. Empiezo a hacer mis pinitos, manteniendo el gas y contravolanteando aprovechando el amplio radio de las curvas, aunque la mayoría de las veces me quedo corto. Advierto, además, que yo estaba muy equivocado en mi impresión en parado mientras me ceñían los arneses: si te empeñas en luchar contra los mandos no consigues nada pues él es más fuerte que tú. Al contrario, tienes que relajarte y ser tú el que siga al coche y no al revés; de esta manera, poco a poco te va obsequiando con trazadas que hacen que acabes con una sonrisa bajo el casco.



Y se acabó. Me indican que debo volver al recinto cerrado para ceder el puesto al siguiente valiente. Aunque sólo he dado dos vueltas he sudado lo mío y lo del vecino y he acabado con salpicaduras de barro desde la cabeza a los pies. No quiero imaginar el esfuerzo que debe suponer una carrera de verdad o cómo debes acabar, totalmente marrón e intentando ver algo por la visera salpicada.

Antes de iniciar el camino a casa, me entretengo un rato viendo como otros clientes van haciendo sus tandas: con cautela al principio y cada vez con más seguridad, aunque esa última curva se les atraganta a un par y acaban necesitando ayuda. Cuando por fin me decido a irme -que tienen unos simples coches rodando que los hace tan hipnóticos?-, no puedo evitar echar la vista atrás para dar un último vistazo a los Kart Cross desde las escaleras que llevan al parking...  más seguros que un quad, más potentes que un buggy y más divertidos que un kart... perfectos?