miércoles, 19 de diciembre de 2018

Corre como el viento, Perdigón! - prueba Ford Mustang



5 meses. Casi medio año he tenido que esperar para poder probar este gran deportivo de allende los mares. Sobre el mes de junio y gracias a una promoción del grupo R-Motion pude elegir qué modelo quería probar de las marcas con las que trabajan y mi respuesta fue rápida: un Mustang!. Claro que la cosa no es tan fácil. Me comentaron que les entraba uno después del verano y cuando por fin llegó me tuve que poner a la cola para poder conducirlo; entre una cosas y otras, el tema se alargó otro par de meses y hasta finales de noviembre ya casi no quedaban huecos en la apretada agenda de esta estrella de la automoción. Pero por suerte, el esperado día llegó y me presenté un lluvioso viernes por la tarde en el concesionario que me habían indicado para recoger a esta auténtica manada de potros salvajes.


Curiosamente, era un concesionario Ford de vehículos industriales... lo sé, no tiene mucho sentido, pero parece ser que no es fácil encontrar acomodo para un coche destinado a pruebas y rodajes en un local habitual, así que allí estaba aparcado, tras una especie de vitrina gigante a la espera de que alguien lo sacara a estirar las piernas. Y el afortunado, esta vez, era yo.


Ya me habían avisado de que se trataba de la versión descapotable pero no de la motorización del "bicho". Según el catálogo, está disponible con dos motores: un 4 cilindros 2.3 de 290 cv y un tremebundo V8 de cinco litros y 450 desbocados caballos. Habría apostado a que se trataría del primero, pero no! me habían reservado el "pata negra"!. Me parece que este año no compraré lotería de navidad, pues creo que ya he agotado mi ración anual de buena suerte...Después me enteré por casualidad de que, en su mercado de origen, se vende más con el motor pequeño pero que, aquí en Europa, el que lo compra busca la autenticidad americana que le da el motor gordo.


Y tiene sentido que en EE.UU. se venda mejor el 2.3, pues tiene un precio que ronda los 22.000€. Genial. Por el precio por el que en el viejo continente obtienes un deportivo de bolsillo de tracción delantera de unos 200 caballos (tipo Fiesta ST, 208 GTi... etc), allí te puedes llevar una leyenda sobre ruedas. Y si quieres el potente de verdad, no llega a 40.000€!. Y, en cambio, cuando llegan aquí, el primero dobla su precio y el segundo lo sube unos 15.000€... o los traen en cruceros de lujo o de uno en uno en balsas con 4 remeros, por que si no, no se entiende el sobreprecio!.


Temas crematísticos aparte, lo importante es que lo tenía un rato para mí, mi pareja y mi cámara fotográfica. Es inevitable empezar a dar de vueltas y liarte a hacer fotos sin haber llegado siquiera a subir de lo llamativo que puede llegar a ser. Con sus 4,70 metros es del tamaño de una buena berlina -un Alfa Romeo Giulia (la berlina contraataca), por ejemplo, es más corto-, aunque volvemos a las paradojas americanas, pues allí es sólo un pony car, frente a los middle -de 5 metros- y los full -de 5,30 metros-.


Pese a sus dimensiones, la habitabilidad y el espacio útil no es lo suyo, desde luego. El maletero, sin ir más lejos, es muy bajo y tiene forma de embudo. Pese a tener más de 300 liros, una o dos maletas entrarían, pero mejor tomar medidas antes sopena de acabar con ellas en el asiento trasero. Éste, por cierto, es para niños o adultos con pocas piernas porque el espacio es minúsculo; además, se abaten de una forma rarísima, con un gran mando situado en la parte de atrás del respaldo bastante difícil de usar esté la capota puesta o no. En fin, mejor disfrutarlo en pareja y cerrar el maletero para regodearse con la visión de las formas de la zaga y las barras de los pilotos traseros, vista levemente desfavorecida, por cierto, por esa otra barra oscura de la derecha parecida a la varita de Harry Potter y que resulta ser la antena de radio.



Lo que realmente marca al Mustang es el diseño del morro, sencillamente espectacular. La calandra, muy plana y vertical, con el caballito en el centro y los alargados faros le dan un aspecto agresivo e inconfundible, pero llaman aún más la atención las nervaduras gemelas sobre el morro, más o menos del tamaño de la cordillera de Las Rocosas y visibles incluso desde detrás del volante.


También por dentro el estilo es muy personal y alejado de lo que solemos encontrar por estos lares.


El salpicadero es muy alto y vertical, con una perfecta simetría entre derecha e izquierda: duplica la visera revestida en cuero a ambos lados, monta tres aireadores centrales, la consola central se estrecha de igual manera en la parte inferior... pese a la fama de los coches made in USA tiene unos acabados bastante buenos -mejor, por ejemplo, que el Corvette que probé en su día y que en algún momento desfilará por este blog-, con inserciones de tipo metálico que realzan su aspecto. Aquí ayudan, y mucho, los excelentes asientos de piel; por su aspecto no lo parece, pero tienen una sujeción lateral tremenda y te hundes sin remisión en ellos en cuanto te aposentas.


En la foto se puede apreciar que el freno de mano no es eléctrico, monta el clásico de tirador. El otro elemento que desentona en el interior es la pantalla central, táctil, sí, pero con un diseño curvo en las molduras laterales que hace que parezca un monitor de los 90 más que una tablet de hoy en día. También el diseño de los iconos parece tener sus añetes, pero la verdad es que funciona perfectamente y, al ponerla en marcha, te regala una imagen del logo sobre un campo azul Ford digno de verse.


Y es que el amor que tiene la marca por esta silueta rezuma al coche. Lo encontramos aquí, en el centro de las ruedas, en el umbral de las puertas, en el volante, en la placa frente al acompañante... incluso los retrovisores lo proyectan sobre el suelo!.


La postura de conducción es, cuanto menos, peculiar, pues la cadera va muy abajo y las rodillas quedan hacia arriba, aunque no vas con las piernas estiradas estilo monoplaza. Tampoco vas tan hundido como su aspecto parece indicar, y entrar o salir es tan fácil como en un compacto al uso; diría que vas un poquito más cerca del suelo de lo habitual, pero nada que ver con roadster tipo Mazda Mx-5, sin ir más lejos.


En cuanto te pones al volante te das cuenta de que es todo un macho-car. Hace unos años vi una publicidad de una marca de relojes que se vanagloriaba de ser "para hombres", pues la esfera era del tamaño de un neumático de galleta -cookie, no Maria Fontaneda- y afirmaba que "sólo una muñeca poderosa podía usarlos". Con el Mustang pasa un poco lo mismo, pues si mides menos de 1.70 lo tienes complicado para no acabar con el claxon a la altura de los ojos.


El volante, de diseño clásico, es enorme -desde dentro no ha habido manera de hacerle una foto de cuerpo entero!- y la palanca de cambios está muy centrada, tanto que tienes que alargar el brazo sin remisión para utilizarlo. Desde dentro se nota bastante ancho y alto, no cuadra con la imagen mental que todos tenemos de deportivo acogedor y dos viajan con desahogo; incluso el espacio para los pies está pensado para aquellos que necesitan buenas barcas y puedes moverlos con mucha libertad entre los pedales. Precisamente es un pedal, el del embrague, el que más condiciona su conducción, pues suma las dos peores cualidades que se pueden acumular: tiene un recorrido larguísimo y está duro como una piedra. No exagero. He visto máquinas de musculación que ofrecen menos resistencia. Después de un tramo por ciudad, donde más lo acusas, me he alegrado mucho de salir los fines de semana a hacer bicicleta por la montaña, porque si no estoy seguro de que al día siguiente habría acabado con agujetas...
En fin, que lo primero es calcular bien la distancia con la pierna izquierda y, a partir de ahí, reglar el resto de mandos, con lo que todo lo que no sea tener unas piernas a lo Serena Williams es una historia. A juego con el pedal tenemos la palanca de cambios, que sigue parte del patrón. Tienes que agarrar el pomo con decisión y marcar muy bien los recorridos, pues tiene un tacto duro, tanto que las marchas se insertan en 3 movimientos: salida, acercamiento y enclave, pues todas presentan una resistencia justo antes de entrar; por suerte, lo compensa con que los movimientos a ejecutar son cortos. Vamos, que si juntamos el tamaño del volante con la rudeza del cambio, es inevitable acordarse de un Terminator cada vez que inicia una persecución a los mandos del trailer de turno y le sacan en pantalla todo serio y decidido, cambiando las marchas a base de sonoras rascadas... bueno, podemos quitar las rascadas en el Mustang pero ni un ápice de convencimiento en las maniobras.



Circulando con él, la sensación al principio es de "pero adónde voy yo con esto?". Sólo ponerlo en marcha ya supone una experiencia por el estruendo del motor y el ralentí es como oir unos tambores lejanos de guerra o la rítmica respiración de un dragón, profunda y sonora, que te anticipa que allí se puede liar parda a las primeras de cambio. Hacia adelante la visibilidad está marcada por el morro, tan largo que enmarca tu campo de visión totalmente. Hacia detrás es razonable, ayudado por la cámara trasera, por el hecho de que las puertas no tienen marco y por los buenos retrovisores, muy esculturales, y que animan el espíritu cada vez que miras y ves el reflejo rojo del lateral que recuerda a otro célebre cavallino.


Tal y como empiezo a maniobrar por el aparcamiento del concesionario veo que aquello tiene su miga: la dirección es pesada, tengo que concentrarme para acertar las marchas, me parece que el coche mide kilómetros de largo... tal y como pongo el freno en el pie, el Mustang se para en seco. El pedal casi no tiene recorrido y muerde más fuerte que un cocodrilo, así que tengo que recordar que tengo que pisar fuerte con la izquierda y suave con la derecha para ir bien. El coche pesa 1.800 kg, más que muchos SUV's medios y los kilos se notan en su conducción; las suspensiones son firmes y es inevitable fijarse en cómo el morro cabecea claramente en baches y ondulaciones. Aunque es obvio que la ciudad no es lo suyo, si te mantienes tranquilito en tu carril es razonable; al menos tiene una buena altura libre al suelo y no hace falta preocuparse de dejarse medio faldón en cualquier reductor de velocidad.


El Mustang viene con dos selectores que permiten variar algunas características. En concreto, puedes cambiar el tacto de la dirección y el modo de condución entre Normal, Sport y Comfort con unos mandos de tipo avión junto al botón de On/Off, pero la verdad es que no logré encontrar ninguna diferencia al respecto. Junto a estos encontramos otro que, directamente, desconecta el control de estabilidad y es necesario comentar que entre las configuraciones hay una de nombre Race que también lo anula y otra Rain/Snow para situaciones de baja adherencia.


Salgo de la ciudad y me dirijo a mi carretera preferida de la costa para seguir con la prueba. Lástima que sea una noche lluviosa y fría de noviembre, porque recoger el techo es cosa de unos pocos segundos: basta con tirar de un aparatoso mando con forma de estribo de caballo (guiño), apretar un botón y listo. Aunque el techo es de lona está tan bien construido que, circulando, te olvidas de que no llevas un techo metálico sobre la cabeza. Aprovecho para empezar a juguetear con los botones del volante que controlan el ordenador de a bordo y pronto me doy cuenta de que allí hay muchísima información y opciones, la más llamativa, una que te permite cambiar el color de la luz ambiente (entre dos azules, lila, morado y blanco) y que afecta a la iluminación de los pies, de los posavasos, de los tiradores de las puertas... muy llamativo, la verdad.


En estas circunstancias el Mustang se disfruta a base de bien. El motor es inacabable en cualquier marcha y puedes circular incluso en las más altas a baja velocidad, pues tira con lo que sea. La dirección no es demasiado rápida ni afinada, pero a cambio te ofrece un elevado aplomo en cualquier curva; lo más llamativo son las más cerradas, pues se crea un efecto óptico extraño al ver siempre ante tí el morro recto por más que gires las ruedas. En este tipo de recorrido empiezas a advertir el potencial del motor, pues a la salida de cualquier rotonda basta con  acariciar el acelerador para notar cómo el eje trasero empieza a desmandarse. Como para apagar el ESP! salvo que tengas apellido finlandés no parece buena idea...
Como no encuentro una recta libre de circulación para poder acelerar con ganas, rompo uno de mis preceptos sagrados y me meto en una autopista. A la salida del primer peaje salgo con cuidado y, cuando estoy seguro de que no me ve nadie, piso sin miramientos el pedal derecho... y se desata una locura que ríete tú de la batalla del abismo de Helm.


Imagínate que enciendes una buena hoguera. Imagínate ahora que tomas el contenido una garrafa de 5 litros, lo sueltas directamente sobre el fuego y consigues meter la deflagración resultante por un tubo y llevarlo directamente a las ruedas traseras de tu coche... pues una cosa así es la sensación  de acelerar a fondo en este Mustang!.
Gracias a mi afición he tenido la suerte de conducir algunos modelos con más de 500 caballos, como el sofisticado Mercedes C63 AMG (Érase una vez en Austria), el señorial Audi S8 en Suecia o el brutal Nissan GTR (Furia Oriental) en Calafat, pero todos ellos recurren a la sobrealimentación con algo menos de cilindrada. Aquí no. Aquí todo funciona a base de músculo puro y cubicaje y el resultado es demoledor, semejante a la catapulta de lanzamiento del Furious Baco. Las agujas salen disparadas, y en centésimas todo el cuadro se pone rojo cuando superas las 7.000 vueltas mientras tú te haces pequeñito dentro del asiento; cambias a segunda, nuevo pisotón y otra vez todo cambia a colorado, pues el motor casi no cae de vueltas en esta operación. Buscas tercera y te das cuenta de que mejor lo dejas, pues ya no hay margen de velocidad legal. A todo esto, los chivatos de los controles electrónicos no paran de parpadear para evitar que salgas dando coletazos, así que me reafirmo en mi decisión de que mejor evito la configuración más extrema.



Es tan adrenalítico que, en el segundo peaje dudo durante unos segundos antes de repetir la experiencia. Es como la segunda vez que haces puenting: sabes que un simple movimiento del pie te arrojará al vacio y tu instinto de conservación trata de anularte... y tú lo haces igualmente!.
Pero semejante despliegue de energía no sale gratis por dos motivos. El primero por el consumo de gasolina, con una media de 19 litros (al verlo no sabes si reirte o llorar), con puntas de 30 cada vez que te paras en su semáforo... en fin, hay motores que consumen más y no pasa nada... en concreto, un coche de WRC, que creo que gasta 100 a los 100. Por lo menos en autopista se conforma con 10 litros, el doble de un motor estándar actual, aunque es justo reconocer que triplica la potencia habitual de cualquiera.
El segundo motivo es el calorcito que notas dentro en todo momento. Primero puse en marcha los asientos calefactados, por aquello de que hacía frío, pero al rato los apagué y seguí sólo con el climatizador a 22 grados. Noté que seguía con calor y, al poner la mano sobre el túnel central me dí cuenta de que era como tocar un radiador apagado pero que aún conservara cierto calor residual; y aquí seguro que influyen las salidas tipo drag, además del calor que generas tú solo cada vez que lo pruebas...pues nada, bajamos el aire otro par de grados y arreglado.


Ese poderío en las salidas es lo que realmente marca el valor del Mustang y lo mete en el top five de mis favoritos. Es imposible quedarse indiferente, te cambia la vida. Desde ese momento me acostumbré a cambiar siempre lo más tarde posible, incluso al arrancar en cada semáforo, sólo para poder disfrutar de su sonido en la parte alta del cuentavueltas. Es embriagador y no me cansaría nunca de oirlo, y, de hecho, casi se podría conducir así en ciudad, sólo en primera, pues llega a los 50 km/h sin despeinarse.

Sí, podría acostumbrarme a esto. Y a ser el centro de atención de todas las miradas cada vez que te detienes, también.


Y con este post doy por finiquitado mi particular 2018. Ha sido un año vibrante, de circuitos, de conducción off-road, de recuerdos, de viajes, de nuevas carreteras por las que conducir y nuevos modelos que probar, así que sólo le pediré al nuevo año "Virgencita, Virgencia, que me quede como estoy".

Feliz 2.019! feliz año Blade Runner!.