lunes, 25 de enero de 2021

Prueba Ford C-Max (2003). Mi amigo Frankie.

 


Cuando en aquel lejano 2007 decidí comprarme un Ford C-Max, nunca pensé que iba a mantenerlo nada más y nada menos que 14 años y que se iba a convertir en el coche que más satisfacciones me iba a dar hasta la fecha. Yo conducía un Focus berlina que me había comprado al nacer mi hija y enseguida me di cuenta de que necesita algo más alto y más capaz: el carrito casi no entraba en el maletero y mi espalda sufría cada vez que me tenía que inclinar para meter, a pulso, el cuco en el asiento trasero. En aquella época, en la que los vehículos SUV eran raros y muy específicos (como el Honda CR-V), las familias se movían en familiares y cada vez más muchos se pasaban al monovolumen gracias a la fiebre desatada por el Renault Scénic. Lo reconozco, yo también sucumbí a regañadientes y, después de dudar brevemente entre un Opel Zafira (demasiado caro) y un Seat Altea (poco maletero y terrible motor de gasolina básico), seguí siendo cliente de Ford, pues antes del Focus conducía un Fiesta del año 98


 El C-Max fue lanzado con bastante retraso respecto al resto de marcas generalistas, las cuales se afanaron en entrar en un segmento que parecía la panacea, la perfección sobre cuatro ruedas (salvo por su denostada estética, claro). Después del ovalado Citroën Picasso, del inclasificable Fiat Multipla, del "5+2 plazas" Opel Zafira y del deportivo Seat Altea, Ford lanzó su C-Max, cuando hacía varios años que el mercado demandaba con insistencia monovolúmenes compactos. Para distanciarse del resto, Ford dibujó una carrocería menos redondeada, con un diseño más equilibrado y muy cercano al de un familiar sobreelevado, y le dotó de un gadget que no acabó de cuajar, una plaza trasera central escamoteable en el maletero que permitía deslizar los laterales para lograr un gran confort.


Hay que recordar que el punto fuerte de los monovólumenes era lo bien que trataban a los ocupantes traseros: con mucha altura libre, suelo plano y asientos independientes para todos, comprarlo era casi una demostración de cariño hacia los tuyos. La modularidad de este tipo de coches también era excepcional, pues estos asientos eran plegables, abatibles e incluso extraíbles de manera individual. El conjunto se remataba con un maletero de perfectas formas rectangulares con una capacidad de 550 litros para una distancia total de 4,34 metros. Por hacer una comparación, un superventas como el Nissan Qashqai necesita irse a los 4,40 metros para ofrecer 110 litros menos y nulas capacidades de Transformer.


El Ford se destacó por lo acertado de su puesto de su conducción: a medio camino entre la verticalidad de sus competidores y la postura tendida de una berlina, proporcionaba un confort total y una visión privilegiada de la carretera, anticipando esa posición que tanto ha beneficiado a los SUV. Se alejaba, pues, de la posición "de furgoneta" tan obvia en el primer Scénic o en el Picasso.



Con sus grandes superficies acristaladas los viajes se convertían en una posibilidad más de disfrute, pues el paisaje se percibía en pantalla panorámica. La única pega real era el grueso montante A, que en curvas cerradas a la izquierda comprometía la visión hacia este lado. También era necesario acostumbrarse a la imposibilidad de ver el final del morro -corto e inclinado- desde el asiento del conductor con la consiguiente necesidad de "adivinar" por donde andaban los límites delanteros al maniobrar en estrecho y a divisar, casi fundiéndose con la línea del horizonte, la lejana base del parabrisas.


El nombre del modelo no era casual: C-Max quería decir Máximo Confort, Calidad y Comportamiento. Los materiales utilizados en el interior eran a prueba de bomba, pues después de tantos años el salpicadero estaba como el primer día y bastaba con pasarle una bayeta para que brillara. Destacaba la parte superior, realizada en un grueso plástico mullido de primera. El diseño era bastante soso, muy germánico y alejado del arriesgado Focus I, pero a cambio, a día de hoy todos los mandos seguían haciendo "click" al presionarlos, sin que se advirtieran las holguras habituales de un manejo prolongado. Evidentemente, las pantallitas se limitaban a tres -ordenador de a bordo, radio CD y el climatizador dual-, pero incluía un gadget sorprendente para la época y que ahora ha vuelto con fuerza de la mano de las marcas premium como Mercedes Benz: el control por órdenes vocales de algunas funciones. Era curioso, apretabas un botón en el volante, pronunciabas un comando ("temperatura", por ejemplo) y el coche te respondía con una voz robótica "temperatura, por favor". A continuación, decías el valor y el coche lo repetía con cuidada vocalización, mientras ejecutaba la orden. Un poco lento de usar, pero muy divertido para enseñarlo cada vez que alguien subía por primera vez a mi C-Max.


También el tema del Confort estaba altamente logrado. Los asientos eran de aspecto sencillo pero firmes, y el reposabrazos era perfecto para no agotarse en viajes por autopista: control de crucero, pie derecho a un lado y a relajarse. Las suspensiones también eran duras pero no incómodas y el nivel sonoro, contenido. Si en autopista era confortable por su aplomado rodar de marca premium, en carretera el coche se transformaba y disfrutaba de una agilidad de manual, ilógica para su envergadura. Recuerdo que la marca afirmaba haber compensado la mayor altura con un reglaje de suspensiones que mantenía el nivel del Focus berlina y lo pude comprobar cuando alquilé uno al poco de comprar mi C-Max y no noté ninguna diferencia. El secreto estaba en su excepcional bastidor y en la suspensión trasera multibrazo introducida por el primer Focus en el segmento, tan especializada que se acabó reservando para motores de más de 150 caballos. Pese a no tener control de estabilidad, nunca me ha dado ningún susto en forma de pérdidas de trayectoria, sea sobre agua o nieve. 


El cambio tenía un tacto perfecto y, encima, estaba situado a media altura, muy cerca del volante. Al igual que la dirección, no era demasiado rápido, pero ambos tenían una precisión quirúrgica que te transmitían sensaciones muy de deportivo. Combinado con el motor 1.6 zetec de 16 válvulas, tengo que reconocer que he disfrutado muchísimo al volante buscando carreteras de curvas, pues su elasticidad era impresionante, alcanzando con facilidad y constancia el corte sobre las 7.500 vueltas. Sólo tenía 100 caballos de gasolina, pero cundían de una forma extraordinaria -sobretodo por encima de las 3.000 vueltas-, pero permitiendo circular en quinta marcha por ciudad a bajísima velocidad y revoluciones con total suavidad. En contrapartida, con un peso cercano a los 1300 kilos, los consumos a 120 km/h no bajaban de 7 litros, con lo que la autonomía nunca subió de 600 kilómetros.


Pero lo mejor de este coche han sido las vivencias que me ha proporcionado, siempre cumpliendo con perfección. Bueno para ir a esquiar o a la playa -entre los cristales opacos y las cortinillas, era muy fácil cambiarse de ropa dentro-, suficiente para callejear por los más remotos pueblecitos o para hacer viajes de más de 1.000 kilómetros de una tirada, permitirme dormir una siesta en la parte de atrás, usarlo como furgoneta para transportar muebles... nunca me ha decepcionado. Pese a sus obvias limitaciones, he rodado con él en el circuito de Montmeló o en el mismísimo Mónaco  -evidentemente a ritmos de paseo- y hasta me atreví a meterlo en un ferry para unas vacaciones de una semana por la isla de Cerdeña.



Llegó de los últimos al mercado, pero eso le hizo lograr la cuadratura del círculo: compacto por fuera pero amplio por dentro, apto para toda la familia pero también para el conductor entusiasta, sólo el Seat Altea logró unas cotas semejantes de placer de conducción. Pero las bellísimas formas del de Martorell -obra del genio del diseño Walter Da Silva- le penalizaban mucho en maletero, la calidad interior no era tan lucida y el tacto del cambio no era tan perfecto, como pude comprobar cuando lo alquilé para unas vacaciones en Tenerife.


Pero ahora ha llegado el momento de cederlo a otra pareja que también ha advertido que, al tener su primer hijo, su compacto se le queda corto. Así pues mi C-Max vuelve al punto de partida, reinicia sus contadores, para volver a hacer que un recorrido que yo ya he hecho y en el que no le puedo acompañar. Hasta siempre, viejo amigo. Confío en que seguirás acumulando kilómetros, pues de lo que no tengo duda es de que seguirás sumando satisfacciones y generando buenos recuerdos a tu nueva familia.


Ford Focus C-Max New Port 1.6 16 v. ZETEC 100 caballos color Azul Cerámica. 17/01/2007-09/01/2021.