PREVIOUSLY ON "The Red Stig": El día anterior habíamos llegado a Bolonia para pasar 3 días voltando por la Toscana. Después de 170 km. por los Apeninos, conocimos el puente romano de Bagni di Lucca, la ciudad medieval de Lucca y la archifamosa Torre de Pisa.
El sábado amaneció soleado, pero había nubes por doquier que anunciaban lluvia. El tiempo nos respetó lo justo para subir a la torre de Pisa, hacer las pertinentes fotos y salir hacia nuestra primera parada del día, San Gimignano, y conocer, por fin, la auténtica Toscana. Se trataban de 80 km. cruzando campos, bosques y, sobretodo, los viñedos que hacen famosa a la zona.
Al tratarse de un sábado y ser una zona más concurrida que la del día anterior, empecé a encontrarme con conductores italianos y a conocer su estilo de conducción. Las carreteras por las que circulaba, de un único carril para cada sentido, disfrutaban de buena visibilidad y amplias rectas en general, pero para los italianos esto no afecta en el momento de decidir si efectúan un adelantamiento o no, pues se dedican a adelantar cómo y dónde les apetece. Lo comprobé pronto cuando, al salir de una rotonda, el Porsche Cayenne que iba detrás mío me pasó como una exhalación, sin importarle que otro coche viniera de frente. A unos 20 metros por delante mío circulaba otro Panda en el mismo sentido mientras un cuarto coche se acercaba en nuestra dirección, por lo que la lógica decía que el Porsche tendría que haber vuelto a su carril, dejar pasar al conductor y seguir adelantando Pandas, pero no!. El Porsche siguió avanzando recto por el carril contrario sin dejar de acelerar, como si tuviera vía libre!.
Cuando ya me esperaba las consiguientes ráfagas, las pitadas y los juramentos en arameo, pasó una cosa extraordinaria: el coche rebasado se apartó un poquito a su derecha y el coche al que le invadían el carril hizo lo mismo, por lo que el Porsche pasó por enmedio sin que nadie se inmutara lo más mínimo... pensé que el conductor suicida había tenido suerte de encontrarse con 2 conductores consecuentes, pero cuando ví que era usual inventarse 3 carriles donde sólo había 2 lo entendí todo. Es habitual conducir de esa manera y a nadie le parece extraño! igual que aquí, que si te "enfrentas" con otro coche a menos de 100 metros ya puedes preparte...
Y es que el estilo de conducción de esos lares es lo que tiene: no les importa ajustar al milímetro los espacios, al contrario que en España, que enseguida todo el mundo piensa que "te estás echando encima". En las ciudades, por ejemplo, cruzan 3 carriles del tirón para tomar una salida, con decisión, pero controlando en todo momento los límites de sus coches y, sobretodo, dónde están el resto de vehículos. Es alucinante verlos barajarse sin tocarse, como en un espectáculo de la Patrulla Aguila!. Siempre había oido que allí conducen muy mal, pero, simplemente, conducen distinto.
Así, a base de adelantamientos inverosímiles, llegamos hasta nuestro primer destino del día: la villa medieval de San Gimignano, situada en lo alto de una colina rodeada de campos y viñedos.
Al tratarse de un importante centro turístico, la infraestructura está muy cuidada, por lo que en este caso no hay pérdida posible: al igual que en Lucca, basta con dirigirse directamente hacia la parte antigua, a una de las puertas de entrada a la zona medieval y aparcar tranquilamente en el parking correspondiente, que , esta vez, sí funciona con tarjetas de crédito. Es un poco más caro que las máquinas de monedas (unos 2€ la hora), pero como la visita se puede hacer en como máximo en 2 ó 3 horas no es dramáticamente caro.
Y a fe mía que vale la pena. Aunque son poco más que 2 calles que se cruzan en el centro y múltiples callejas adyacentes, tiene el encanto de lo antiguo, de lo medieval... directamente sacada de Juego de Tronos, por lo menos. Además, al haber sido un importante centro de paso en su momento, abundan edificios majestuoso con altas torres y una iglesia con las pinturas murales policromadas más impactantes que he visto en mi vida: el interior del Duomo está decorado de arriba a abajo y de un extremo a otro con escenas bíblicas de una calidad extraordinaria.
Al parecer, es también famosa por sus heladerías ganadoras de varios concursos, por lo que se impone tomarse uno en la plaza central, delante del pozo y deleitarse observando cada detalle de todo lo que nos rodea.
Al igual que el día anterior, se nos echó encima la hora de comer y, aunque el día no acompañaba mucho, decidimos buscar un sitio con ventanales para saborear las vistas. Y encontramos algo incluso mejor, una pequeña vinatería con cuatro mesas en fila india bajo unos parasoles -que actuaron más bien de paragüas- en un estrecho paso casi colgado directamente de la pared de la montaña. Como comer está sobrevalorado, pedimos unas rebanadas de embutidos de la zona con queso y vegetales al horno y una copa de vino y nos dedicamos a alimentar el espíritu disfrutando del silencio, del leve repiqueteo de la lluvia y del paisaje toscano. Y otra vez, por menos de 20€, pudimos comer algo sabroso y distinto, ligero pero suficiente.
Relajados como si saliéramos de un Spa encaramos el Panda hacia nuestra siguiente parada: Siena y su emblemática plaza. Al ser una ciudad más grande, no es tan fácil identificar visualmente lo que quieres visitar, pero el navegador nos llevó directamente hasta el límite de la zona peatonal; escarmentado con Pisa, esta vez sí que identifiqué con facilidad el cartel que delimita la "Zona Prohibida", y, justo al lado, encontré un moderno parking. Siena también se asienta sobre varias colinas, pero allí mismo nacían unas escaleras mecánicas que nos depositaron en pocos minutos en el casco antiguo y a unos pocos metros de la Piazza del Campo, famosa por las carreras de caballos que se celebran allí (Palio).
Si sorprendente es llegar a un espacio tan amplio en medio de las tortuosas callecitas medievales, más impactante es aún cuando te das cuenta de que la plaza es, toda ella, un desnivel gigantesco y la auténtica locura que debe supone correr a caballo en una superficie tan irregular: toda la piazza es como un gigantesco desagüe!. Recordando la persecución del inicio de "Quanton of Solace", se le ponen a uno los pelos de punta cuando se imagina lo que debe ser estar en aquella plaza, llena de gente animando a sus equipos y con los caballos dando vueltas al galope tendido siguiendo el borde de la plaza.
Pero Siena es mucho más que su mítica plaza y se impone deambular por sus calles, disfrutando de su catedral a medio construir, de los soportales al estilo veneciano y de las banderas que decoran todos los rincones.
Pero el tiempo nos juega una doble mala jugada: por un lado, empieza a llover y, por otro, no podemos llegar demasiado tarde al último punto de nuestro viaje, la incomparable Florencia, así que, con más pena que otra cosa, partimos para cubrir los últimos 70 km. de nuestro recorrido de hoy.
Aunque el camino más rápido es la autopista que une ambas ciudades, nos decantamos por la S222 o carretera del Chianti, famosa por cruzar los viñedos más reputados de la zona. Ésta última etapa del camino coincide con las últimas horas de luz del día y, combinado con las lluvias que hemos dejado atrás, nos ofrece unos paisajes con unos colores que difícilmente podremos olvidar. Conducimos con lentitud, porque es casi imposible no pararse cada pocos kilómetros para hacer alguna foto y disfrutar de la calma de la tarde y de unas nubes que parecen pintadas al óleo.
Durante todo el recorrido, nos toca soportar las quejas del GPS, empeñado en cada desviación en llevarnos hacia la autopista: no entiende que preferimos la carretera para poder disfrutar del paisaje en condiciones. Pero el aparatejo del demonio se vengará cuando lleguemos a Florencia, ciudad con una zona peatonal y blindada para los automóviles complicadísima de evitar; cada vez que intento superarla, el navegador me devuelve a la zona que no puedo cruzar so pena de llevarme de souvenir una buena multa. Después de una hora dando vueltas, y cuando estoy a punto de arrancarlo del soporte y tirarlo por la ventana, mi mujer, trasteando, descubre una opción para evitar zonas peatonales, con lo que el problema se solventa en 5 minutos... tanto enfadarme y al final la culpa era mía... Afortunadamente, los dioses se apiadan de mí y encuentro sitio para aparcar a pocos metros del hotel, algo casi imposible en una ciudad como ésta.
Aunque Florencia se merece mucho más, nos contentamos con un paseo nocturno y una pizza en la Piazza della Signoria, aunque al día siguiente no podemos resistir la tentación de subir en coche a la Piazzale Michelangelo, desde se obtiene la mejor panorámica posible de la ciudad, con el Ponte Vecchio y la Catedral en el horizonte y empezar así a despedirnos de nuestro tour por La Toscana...
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