martes, 14 de noviembre de 2017

Esencia de F1 - Prueba racing Renault Clio Sport F1 Team R27




El Clío Sport R27 es un coche que sorprende. Gracias a una invitación de los chicos del Race Me Club (http://www.racemeclub.com/), he tenido la oportunidad de sumarme a uno de los track-days que suelen organizar. En esta ocasión, tocaba Montmeló, y hasta allí me he desplazado para catar el apetecible bocado que representa este Clio, de apellido Sport F1 Team R27.

Nada más entrar en el Box del Club veo que no se andan con chiquitas: un Lamborghini Huracan y un Nissan GT-R me señalan el camino hasta el lugr donde el pequeño Renault me espera, posado sobre la zona donde los monoplazas paran para hacer el cambio de neumáticos.





Las marcas generalistas  acostumbran a lanzar al mercado modelos de producción limitada y elevada deportividad aprovechando su presencia en las distintas competiciones del motor, pero pocas pueden presumir del pedigrí que Renault ostenta en su paso por la categoría reina, la Fórmula 1. Fruto de esta experiencia es éste pequeño bólido que condensa la esencia de la escudería y motorista francesa en algo menos de 4 metros y 1200 kg. y que luce orgullosamente en una placa numerada entre los asientos delanteros.




En el circuito de Montmeló, el Clio se encuentra en su ambiente natural: no en vano fue diseñado para este tipo de instalaciones y eso le valió un tiempo de 08:47 en Nurburgring, referencia obligada para este tipo de modelos. De hecho, aquí mismo, entre estas curvas y rectas, sus “hermanos mayores” han vivido no pocas jornadas de gloria.

Su diseño, bajo y musculoso, ya te advierte visualmente de que no se trata de un inocente Clio más; las pinturas de guerra propias de Renault y el llamativo color rojo de esta unidad son el complemento ideal, tanto, que no desentona al lado de una máquina de perfecta ingeniería alemana como es el Porsche 911 Carrera.


Es en la parte trasera donde este pequeño Renault  muestra sus mejores armas en cuanto a diseño exterior, con una anchura y unos pasos de rueda sobredimensionados que nos llevan a pensar, invariablemente, en el legendario Renault 5 Maxi Turbo.






Y es en la zaga donde podemos encontrar, además, otros dos elementos que nos dan más ideas sobre lo que después podremos encontrarnos al rodar en pista. Por un lado, el difusor trasero, que lejos de ser un simple añadido estético, es plenamente operativo y le confiere una carga aerodinámica de 30 kg a máxima velocidad. Y por otro, la doble salida de tubos de escape, en los extremos del difusor, necesarios para que el motor atmosférico de dos litros y 16 V pueda respirar a pleno pulmón.

Al abrir la puerta del conductor –o debería decir piloto?-, nos reciben unos asientos/baquets de competición formidables.


De marca Recaro y firmados por Renault Sport ofrecen una sujeción lateral poco usual debido a sus marcados y firmes pétalos. Pese a su dureza, necesaria para cumplir correctamente su cometido, resultan cómodos y no dejan de lado los aspectos prácticos, pues la banqueta puede regularse en altura y el respaldo en inclinación.

Por último, el interior del Clio se ha complementado con un volante de piel vuelta de 3 radios de competición en lugar del normal que montaba el modelo en origen y una palanca de cambios metálica de sencillo diseño, al estilo de los joysticks de las primeras consolas Atari de los 70. Imprescindible la cámara Go-Pro para poder grabar las tandas y tener un recuerdo gráfico de todo lo que este pequeño-gran coche puede transmitirnos.





Se va acercando el momento de entrar en pista. No puedo evitar notar un cosquilleo de emoción en el estómago, por lo que me acerco a tomar un café de la cafetera del club y estiro las piernas por el párking. En sí mismo, esto es un aliciente más a la experiencia: puedes deambular y ver de cerca las máquinas de otros clientes y pararte a cruzar unas palabras con otros apasionados de este mundillo como tú,  puedes asomarte a la recta de tribunas como hacen los mecánicos cuando pasa el ganador para hacer fotos a los coches, o, incluso, subirte al púlpito metálico desde donde el mismísimo Charlie Whiting da la salida.


Veo que empieza a haber movimiento por la zona de boxes, por lo que me coloco el sotocasco de tela y el casco y me acerco de nuevo hasta el Clio; aunque no se ha movido del sitio, también parece deseoso de empezar a rodar.





Entro con cuidado intentando no golpear con el casco en el marco de la puerta  y lo consigo sin problemas: al derivar de un utilitario de carrocería alta, la facilidad para entrar es total pese a que la altura del conjunto se ha rebajado con el objetivo de mejorar el comportamiento en curva. Igualmente, la postura es muy racional y cómoda, propia de un utilitario “normal”. Ajusto el asiento, la altura del volante, los retrovisores –como bien me recuerda mi copiloto del RaceMe Club- y empiezo a toquetear los mandos para ir haciéndome con su tacto. Recuerdo que, cuando lo lanzaron, se le criticaba que estuviera tan poco diferenciado del resto de versiones, pues los detalles racing brillan por su ausencia; incluso el cinturón es de "calle", cuando los inmensos baquets piden a gritos un arnés de cierre central. 



Tal y como pongo las manos en el volante, me alegro de no haberme puesto unos guantes: sería un sacrilegio no disfrutarlo directamente! La piel vuelta lo hace ligeramente mullido, pero es suave y sedoso, y tengo claro que en ningún resbalará entre mis manos… algo importante, como luego comprobaré.



Los pedales, metálicos y perforados, tienen un tamaño excelente y están perfectamente situados para poder mover los pies con rapidez. Llama la atención el tacto firme del embrague: hay que pisarlo con decisión pero tiene el recorrido justo para que uso no resulte incómodo. La única pega es que es mejor ponerse un calzado fino, pues ocupan tanto espacio que en alguna ocasión me golpeé con la parte inferior del salpicadero al mover los pies con rapidez.



La palanca de cambios es una auténtica delicia: las marchas tienen un recorrido muy corto y exige insertarlas con un movimiento seco y preciso. Prácticamente puedes cambiar a golpe de muñeca y, al igual que aquellas consolas de videojuegos que antes citaba, resulta adictivo, pues sólo con poner la mano en el pomo insinuado que la preside te trasporta al mundo de la competición. Tiene seis marchas y aquí mi copiloto me recomienda que ponga atención al reducir desde 5ª, pues al estar muy juntas las pares es fácil bajar a 2ª por error; aún en parado, jugueteo con la palanca y en un par de reducciones le he tomado la medida.
Veo que el resto de participantes en la tanda empiezan a desfilar hacia el final del carril lateral de los boxes, por lo que me decido a poner en marcha el motor. Giro la llave y… un sonido tremendo inunda todo el habitáculo, un gorgoteo ronco, bajo, de motor “gordo” que no puede surgir de un motor de sólo 2 litros. Miro a mi alrededor, porque creo que el Lamborghini Huracan se me ha parado al lado pero descubro que estoy solo… piso ligeramente el acelerador y las revoluciones suben con suavidad, con lo que no me cabe duda: es mi Clio!



Pongo primera y empiezo a rodar con cautela hacia la cola de coches listos para entrar al circuito; busco instintivamente la palanca de intermitentes, pero queda bastante lejos del volante por lo que mejor lo dejo correr. La dirección es asistida, por lo que puedo maniobrar sin esfuerzo y el freno se dosifica con facilidad, hasta aquí todo normal. Lo que no es usual es el ruido con el que me obsequia el Renault: tengo la sensación de que debajo del capó llevo un león enjaulado y por ahora sólo  me está enseñando ligeramente los dientes, con un leve rugido que es sólo el inicio de lo que es capaz de ofrecer.

Y así es.

Escucho la sirena que marca el inicio de la tanda y nos dan pista libre. Primera de nuevo y a fondo y las revoluciones y la velocidad suben casi a la par; voy subiendo marchas y advierto que son tan cortas que el motor casi no cae de vueltas en cada cambio. Antes de darme cuenta ya he llegado a la chicane, rodeado por el resto de coches que han salido detrás de mí. Mantengo la marcha para gestionarla con calma mientras giro el volante para intentar ceñirme lo máximo posible al piano de la derecha, pero la dirección es tan directa que piso con las dos ruedas sobre la superficie roja y blanca… primera lección aprendida: meter menos volante!.
Salgo de las enlazadas rodeado por un enjambre de coches y recuerdo la norma del evento: esto  no es una competición. Tampoco tendría mucho sentido, pues los coches son muy dispares entre sí; por ejemplo,  veo aparecer por el retrovisor al GT-R, que me casi me triplica en potencia y es capaz de superar largamente los 200 km/h al final de la recta de tribunas, con lo que pasa a mi lado como un relámpago plateado. Ahora ya sé cómo se siente un Sauber o un Haas cuando se produce una calificación irregular y salen desde primera fila de parrilla, sabiendo que su momento de gloria no durará más allá de un par de curvas...



Mirando al Nissan, me doy cuenta de que casi he llegado a la curva más difícil del circuito, la curva 9 o Campsa, una curva de izquierdas, ciega y que se puede tomar a alta velocidad… si te atreves, claro. Así pues, salgo de las 7 y 8 intentando mantener el ritmo y encaro la subida pisando con decisión. Y es entonces donde descubro el prestigio del coche, el truco final: al pasar de 5.000 revoluciones, los 200 cv salen en tropel de su cuadra y las revoluciones suben y suben sin parar, parece no tener fin; la zona roja empieza a las 8.000 vueltas y no es broma, antes de ese nivel, no parece acusarlo. Mantengo la marcha, casi al límite del corte y el motor ni se inmuta, se le nota a gusto girando a tal altísimo régimen. En un acto de fe giro a la derecha pues no veo a donde voy y aparece por fin la recta de atrás del circuito. Aprieto el acelerador un poco más, llegando al mismísimo corte; ahora el sonido del motor cambia, deja de trompetear y se vuelve agudo como una sierra industrial: de hecho, parece que te parte el cerebro por la mitad con un volumen infernal, aunque si esto es el infierno, quién quiere ir al cielo?.



Este sonido me trasporta en el tiempo, pues suena exactamente igual que los motores de F1 anteriores a la actual era turbo. Por un momento me he salido de mi cuerpo, pero más vale volver porque me toca enfrentarme a la parte más lenta del circuito, la del estadio, que me llevará al otro momento culminante: la pasada por la recta de tribunas.



Las curvas 14 y 15 son las más lentas del circuito, así que voy bajando marchas –cómo petardea el tubo de escape en cada reducción!- y salgo en segunda para lograr la máxima velocidad posible final. Al salir de la 16 la tribuna se alza a mi izquierda pero no veo el final de la recta y parece perderse más allá de la línea del horizonte, aunque es sólo un efecto óptico, pues  hay un pequeño cambio de rasante poco antes de la zona de frenada que crea esta ilusión. Llego en sexta, a 150 y freno con bastante anticipación; demasiada, pues los frenos Brembo pueden con eso y más.  En sucesivas pasadas, logro llegar hasta los 180 km/h, aunque el Clio supera los 215 de punta.


Ahora que ya nos hemos presentado, encaro la segunda vuelta con más confianza y conocimiento de causa. Soy más consciente del agarre de los neumáticos de 225/45 en las curvas de aceleración como la 3, que te permiten acelerar a fondo aún sin tener la dirección totalmente enderezada, o de la importancia de seguir la “línea”, la marca oscura que se ha ido creando con los años y que indica la trazada correcta. Mi acompañante del RaceMe Club me va haciendo pequeñas indicaciones, pero como no lo oigo en absoluto, aprendo a identificar sus gestos. Incluso recupero un poco de mi dignidad, cuando a la salida de la primera chicane me situo en paralelo con un Audi TT y me veo con fuerzas de adelantarle por el interior... pero mejor me abstengo porque un error de cálculo y acabaríamos los dos fuera de la pista.


A base de vueltas, eres consciente del increíble trabajo que se ha realizado con el chasis Cup, que lo hace fácil de llevar a buen ritmo desde el principio. Da una seguridad total y perdona los errores con una facilidad apabullante, aunque de vez en cuando salta algún crujido del salpicadero. Si has entrado pasado en una curva, notarás un leve movimiento del eje trasero y si aceleras demasiado fuerte o demasiado pronto a la salida, deslizarás suavemente del delantero, pero sin brusquedades. De hecho, al bajarme del coche me sentía noqueado, con los sentidos saturados por la tormenta que acababa de vivir, pero con el cuerpo relajado y descansado.
Mientras me quitaba el casco, no podía dejar de darle vueltas a esta auténtica experiencia racing. El sonido, el trazado, la velocidad… todo extraído directamente del Circo y puesto en mis manos de una sola vez.

Recordé a Grenouille, el protagonista del libro “El perfume”.  Si él fracasó en su intento de capturar la esencia misma de los objetos inanimados, en  Renault Sport han triunfado, siendo capaces de condensar todo su saber hacer en este mínimo formato.

Sólo me queda ya dejar el casco donde lo recogí, en la entrada del box y esperar poder ponerme lo antes posible de nuevo al volante de otro modelo del Drive Me Group.


Y hasta aquí la prueba racing de hoy. Como siempre, os remito a mi página de face para más pruebas de todo tipo (https://www.facebook.com/Theredstig/?ref=bookmarks) y al grupo para Conduce Coches, para al estar corriente de las posibilidades que ofrecen las marcas de probar sus vehículos de forma gratuita (https://www.facebook.com/groups/257961934604980/).

En breve, más sensaciones al volante!.

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