Coches míticos en la historia de la automoción hay muchos: desde el primigenio Ford-T hasta el sobrevalorado Golf, pasando por el icónico Porsche 911 y el tecnológico Citroën DS, pero, personalmente, me quedo con el humilde Mini. Este pequeño coche popularizó una arquitectura que, 55 años después de su lanzamiento, aún no ha podido ser superada y está presente en el 90% de los coches europeos y asiáticos (los americanos ya se sabe que en materia de automóviles van a la suya); parece una tontería, pero la suma de tracción delantera con motor delantero transversal (a lo ancho y no a lo largo),+ habitáculo + zaga vertical con maletero integrado permitió el máximo aprovechamiento en el mínimo espacio, reducir costes al eliminar el túnel de transmisión y aumentar la seguridad en la conducción -es más intuitivo recuperar el dominio del coche en caso de pérdidas de control y la conducción es más fácil en general-.
No olvidemos que el Mini se lanzó con la idea de obtener un producto sencillo y económico, lo cual redundó en un coche ligero y ágil, con las ruedas en las esquinas y de bajo centro de gravedad. El efecto colateral fue una pequeña bala, una hormiga atómica que fue capaz de ganar varios Rallyes incluyendo el mítico Montecarlo frente a competidores más grandes, potentes y, sobretodo, pesados...un adelantado a su tiempo, ahora que el control de pesos está entre las prioridades de cualquier nuevo modelo.
Así, cuando en el 2000 BMW, propietaria de la marca, se propuso hacer un remake, se centró en la deportividad como corresponde a cualquier producto de la marca bávara; de hecho, se hablaba de él como el BMW de tracción delantera. Se perdió por el camino el aspecto práctico, pues el espacio para las piernas detrás era casi inexistente y el maletero, si no me falla la memoria, rondaba los 150 litros, pasando a ser un deportivo biplaza premium. Además, creció de los 3 metros justos a algo más de 3,60 m., algo inevitable hoy día por los estándares de seguridad y confort. Siguiendo la tónica imperante, en cada una de sus 2 nuevas generaciones ha crecido y, hoy ya llega a los 385 cm. de largo, por los casi 4 metros de la nueva versión de 5 puertas. La última variante en aparecer ha sido este Clubman, el más grande hasta la fecha, pues llega a los 4,25 m. -el Countryman se queda en 4,10-, cruzando la barrera de los utilitarios y metiéndose de lleno, por tamaño, en la lucha con los dueños del mercado europeo: los compactos tipo Seat León, Ford Focus...etc.
Podría decirse, pues, que este Clubman es la versión familiar -perdón, StationWagon como se dice ahora- del Mini 5 puertas, aunque tan bien diseñada que es difícil advertir la diferencia visto lateralmente, pese a que las puertas traseras son más grandes. Donde el cambio es notorio es en la trasera, pues cambia el portón por 2 puertas más que se abren lateralmente al estilo del original de los 60.
Dichas puertas se abren por separado -siempre primero la derecha- y de forma automática: basta tocar el botón del tirador y ella solita inicia la apertura. Es posible, incluso, abrirlo sin manos pasando el pie por debajo del parachoques trasero. Eso sí, ser un icono del diseño comporta unas servidumbres -pocas- y el tamaño del maletero es una de ellas: unos 360 litros cuando los compactos de ese tamaño rondan los 400; no es dramática la diferencia, pero sí la distribución, pues se articula en 2 espacios separados por una bandeja rígida en la base, dejando unos 300 arriba y 60 abajo. Donde sí que se aprecian con claridad los centímetros extra es en los asientos traseros, pues es posible acomodar correctamente las piernas detrás de los asientos delanteros en vez de acabar con las rodillas a la altura de las orejas.
Para esta prueba, estaban disponibles las 3 motorizaciones actuales del Clubman: 1.5 3 cilindros gasolina turbo de 136 c.v. y cambio manual, 2.0 diesel 4 cilindros de 150 c.v. -ambos en acabado Cooper- y 2.0 4 cilindros gasolina turbo de 192 c.v. y cambio automático en acabado Cooper S. Como el gasóleo no es lo mío y aún no había probado un Mini en versión manual, me decanto por el menos potente; además, tengo ganas de experimentar un 3 cilindros, exponente de la actual moda down-sizing para rebajar consumos y emisiones.
Antes de subir a mi Mini, no puedo evitar fijarme en la paleta de colores de los modelos que lo rodean y pensar en la imaginación que le ponen los encargados de elegir el nombre a las distintas tonalidades de carrocería e interiores. Así, mi granate es el exótico Pure Burgundy, y se encuentra aparcado entre un histórico British Racing Green (Verde) y un poético Moonwak Grey (gris), aunque en el catálogo puedes encontrar un sabroso Pepper White (blanco) o un sonoro Volcanic Orange (naranja)... lo dicho, creatividad pura.
En un rápido vistazo al interior, adviertes enseguida que la forma dominante es la circular/ovalada, con la gran esfera central al estilo de su insigne abuelo.
En los tiradores de las puertas, frente al conductor, en los faros, en la tapa del depósito de combustible... incluso en la moldura de los pedales -el del acelerador, por cierto, de muy buen tamaño y anclado al suelo, como debe ser-. También se nota al instante que este Mini es cada vez más BMW: el tacto de los materiales y los recubrimientos "huelen" a la casa alemana, pero manteniendo el característico estilo inglés; una combinación excelente, con detalles de diseño como los mandos verticales cromados -el rojo central es el de Start/Stop- o la Union Jack en la base del pequeño y agradable volante de piel.
La esfera central merece un comentario más extenso, pues se convierte en el auténtico medio de comunicación entre el hombre y la máquina. La radio, el navegador, la cámara de marcha atrás, los sensores laterales... cada actuación sobre el coche tiene su reflejo en esta pantalla, grande y bien situada, aunque no sea táctil y su funcionamiento sea a través de un joystick y menús. Como agradable nota de diseño, el borde va cambiando de colores de forma aleatoria.
Pero si antes hablaba de las servidumbre del diseño, una vez te aposentas en los magníficos asientos -cómodos y amplios, y que recogen el cuerpo a la perfección-, en cuanto empiezas a mirar a tu alrededor te das cuenta que la visibilidad no es su mejor arma. El diseño actual de los parabrisas tiende a ser cada vez más inclinado, con la base muy alejada y la parte superior por encima de la cabeza, describiendo el techo una forma abovedada que favorece la habitabilidad; en el Mini es justo al revés, con el cristal muy vertical y el techo plano, con lo que da la sensación de estar viendo la carretera a través de la obertura de un yelmo o desde dentro de un búnker... si a eso le sumamos que el retrovisor interior, aunque pequeño, queda a un tercio de altura, no es raro que alguna vez tengamos que mover la cabeza para ver bien a un coche que esté ligeramente desplazado a nuestra derecha.
Y realmente se podría prescindir de él. Me explico: la forma partida de las puertas de acceso al maletero hacen que la superficie acristalada trasera sea mínima, lo cual dificulta enormemente ver con claridad por el pequeño espacio que dejan los gruesos montantes. Por suerte, se compensa con los enormes -y ovalados- espejos retrovisores, y gracias a la ayuda de los sensores laterales.
Un último aspecto destacable de este diseño es que hace que el interior sea poco luminoso, y eso que esta unidad estaba equipada con doble techo solar, con la parte sobre los asientos delanteros practicable.
Una vez en marcha, el tacto de todos los mandos es, simplemente, soberbio. La palanca de cambios, de tacto firme y seguro, combina a la perfección con los precisos y fácilmente dosificables pedales, mientras afinas la dirección con ligeros movimientos del volante. Este Mini king-size no ha pérdido un ápice del go-kart-feeling del que la marca gusta hacer gala; es un placer entrar en una rotonda, rodearla y salir con apenas un par de rápidos gestos, y siempre estás deseando que aparezcan carriles sinuosos para actuar sobre la dirección. Hace que cualquier recorrido por ciudad se convierta en un Grand Prix urbano por la diversión que proporciona... lo que debe ser en una buena carretera de montaña!.
El motor, por su parte, me ha parecido curioso por las sensaciones que transmite, tan distinto de los motores de gasolina clásicos. Al ser tricilíndrico, cuenta con sistemas que mitigan las vibraciones y arritmias que genera un motor con un número impar de cilindros, pero éstas no desaparecen, simplemente cambian de registro. Así, al ralentí, se intuye una especie de lejano zumbido, una vibración sorda que no incomoda en absoluto -no es el traqueteo de un diesel-; es, simplemente, distinta a la habitual. Al acelerar, por su lado, se acrecienta la sensación de motor eléctrico que comparten la mayoría de coches actuales, al tener cada vez más parte "eléctrica" y menos "mecánica". Y cómo responde el motor? pues... depende. Depende del programa de conducción que lleves seleccionado y que se puede elegir desde un conmutador -circular- en la base de la palanca de cambios.
Situándolo en modo Green, el coche pasa a economizar el máximo de combustible. De hecho, aparecerán símbolos verdes en el cuadro de mandos y el sistema te indicará cuando cambiar para ahorrar gasolina. En esta configuración, al motor le cuesta mucho subir de vueltas, parece que no corre, como si hubieras tirado el ancla por la borda y quisieras seguir avanzando. Seleccionando el modo intermedio, la cosa mejora: parece que has recogido el ancla pero llevas el coche cargado con 4 adultos y el maletero lleno. Al situarlo en modo Sport es cuando el motor está libre de ataduras y funciona a pleno rendimiento, subiendo de vueltas con alegría y con un sonido inspirador; se nota que se ha diseñado a partir de esta configuración y que las otras dos lo único que hacen es rebajar sus cualidades. Pero está bien poder elegir una u otra según tus gustos o según tu estado de ánimo del momento. Con este modo Sport activado, se agradece el sistema HUB que proyecta algunos datos -velocidad máxima permitida, velocidad propia, GPS- en una pequeña pantalla transparente a la altura de los ojos, pues permite controlar lo esencial sin tener que apartar los ojos de la carretera.
Y esto es todo. Me apenó profundamente tener que bajarme y devolver las llaves de un vehículo tan bien hecho y tan adictivo de conducir, pero la prueba había terminado. Agradecí a mi acompañante Chema sus explicaciones y su buena compañía y antes de iniciar el camino de vuelta a casa aproveché para pasarme por la carpa que Mini había instalado para tomar un trago de agua y relajarme en las hamacas que habían dispuesto a tal fin.
Allí sentado, empecé a darle vueltas a cómo encarar esta entrada y a qué título le podría poner... "la insoportable levedad del Mini"... en verdad no tiene ningún sentido, pero suena bien.
Como los nombres de los colores del catálogo.